jueves, 1 de diciembre de 2011

Pedro David Giner. Mar de lágrimas

Me parecía realmente increíble que todo hubiese ocurrido tan de repente.
Te necesitaba.
Maldito coche.
Observé mi anillo. Ese mismo anillo que tú, el amor de mi vida, me habías regalado.
Recordaba cuando me besaste por primera vez.
A esa hora, si todavía hubieses estado ahí, me habrías despertado para hacerme el amor. Pero no, nada de eso podría pasar pues tú ya te habías ido. Y era para no volver.
Pasaron un par de minutos, y a mi mente vinieron tus últimas palabras.
 «Si me necesitas, mira al cielo, allí estaré».
Cualquiera que hubiese oído aquellas palabras, habría sospechado que sabías que esa noche no volverías a casa.
Me asomé a la ventana, quería ver el cielo por última vez.
No podía aguantar más el peso de haberte perdido para siempre. Necesitaba volver a verte. Y no me importaba el precio a pagar.
Y salté.

Jonatan Gravelina

El portazo es tan solo la antesala de fin. Lo sé cuando me giro y veo su reflejo a través de la ventana. Descubro que, haga lo que haga, ya estoy condenado.
Lo estoy desde el día en que me puse aquel anillo, obligándola a perseguirme hasta los confines del mundo.
Su bello rostro me mira con sus ojos vacíos. Al menos creo que lo hace.
En lugar de gritar, me quedo paralizado, contemplando como va acercándose lentamente.
¿Qué otra cosa podría hacer?
Cuando está a mi lado, me roza una mejilla con su etérea esencia. Después, apoya una mano en mi pecho y hace presión. Por último, me besa, y es tan gélida la caricia que me estremezco.
Aprieta todavía más su mano contra mi corazón y sé que es el fin.
Cierro los ojos.

Raquel González

La puerta de la habitación se abrió y alguien entró dando un portazo que resonó en toda la estancia. Busqué a mi alrededor, pero no veía nada, estaba demasiado oscuro. Entonces, sentí una mano que me sujetaba y me aprisionó contra la pared.
 Hola, Jane susurró junto a mí oído. 
No le había visto acercarse, estaba tan cerca que sentí su aliento contra la piel de mi cuello. 
¿Te conozco? dije, y la voz me tembló.
Claro, somos amigos –contestó acercándose aún más a mí. 
Pude distinguir sus ojos de un increíble azul que me observaban con diversión, pero por alguna razón eran fríos.
En ese instante, levantó la mano derecha hacia mi cuello, pude ver el enorme anillo dorado que llevaba en ella y apretó sus dedos sobre mí garganta. Mientras el aire abandonaba mis pulmones me besó, dulcemente al principio y con rabia al final. 

Estefanía Esteban. A doscientos por Pride Aveny.

Señorita J., le quedan menos de dos horas; conoce las normas, si retrasa el plazo una vez más, mi gorila se lo cobrará a su manera.
Cuelgo el manos libres, nunca he visto la cara del desgraciado que me ha jodido la vida. El edificio Hank. Saco la tarjeta del despacho, sé que allí mi jefe guarda aquel anillo de diamantes. La noche que tuve que quedarme a «hacer horas» intentó engatusarme mostrándome sus recientes adquisiciones.
July, o los juegos de apuestas o yo.
Todos han intentado sacarme de esta mierda.
Oscuro y silencioso. Subo al quinto, cuando salga de ésta no volveré jamás. Abro la puerta sin esfuerzo, quizá se hayan olvidado de cerrarla.
Cómo te has atrevido, ¡desgraciada!
—Tú...
Lo entiendo todo en segundos, aún así no lo suficientemente rápido como para esquivar la bala que me atraviesa el pecho.

Belén Pírez

¿Fue el portazo al cerrar el coche o cuando se marchó de la fiesta, airada?
Demasiado difuso todo. Recordaba haberse marchado harta,  aburrida;  siempre lo mismo. Sobre todo ellas, tan falsas.
Cuando sintió el aire irrespirable decidió irse; sin despedirse, sin besos. Quería salir sin que nadie se diera cuenta,  pero al cerrar la puerta sintió una mirada clavada en su espalda, e instintivamente tiró fuerte dando ese portazo que vagamente recordaba, aunque ahora no tenía la certeza de si fue real. 
Tenía las manos debajo de la sábana; la izquierda le dolía como si se hubiera lastimado. Tanteó con la derecha y la punzada de la aguja del gotero le devolvió algo de lucidez hasta ser consciente de dónde estaba. El pánico le hizo recordar algo;  giró la cabeza y vió el anillo en la mesilla junto al reloj, el agua, el mando de la cama reclinable.
Se relajó.


GANADORES DE NUESTRO CONCURSO: MICRORRELATOS

Hola a todos, tras leer atentamente todos los microrrelatos recibidos, hemos seleccionado los cinco ganadores por su calidad y originalidad. ¡Escoger entre todos los recibidos ha sido realmente difícil! 
Muchas gracias a todos por seguirnos y participar; esperamos contar con vosotros en nuestros próximos concursos, y ¡enhorabuena a los ganadores!
Belén Pírez
Estefanía Esteban
Jonatan Gravelina

Pedro David Giner
Raquel González
A continuación publicamos vuestros relatos en entradas individuales. ¡En breve os contactaremos para enviaros vuestro ejemplar de Muerte entre las rosas!