jueves, 1 de diciembre de 2011

Jonatan Gravelina

El portazo es tan solo la antesala de fin. Lo sé cuando me giro y veo su reflejo a través de la ventana. Descubro que, haga lo que haga, ya estoy condenado.
Lo estoy desde el día en que me puse aquel anillo, obligándola a perseguirme hasta los confines del mundo.
Su bello rostro me mira con sus ojos vacíos. Al menos creo que lo hace.
En lugar de gritar, me quedo paralizado, contemplando como va acercándose lentamente.
¿Qué otra cosa podría hacer?
Cuando está a mi lado, me roza una mejilla con su etérea esencia. Después, apoya una mano en mi pecho y hace presión. Por último, me besa, y es tan gélida la caricia que me estremezco.
Aprieta todavía más su mano contra mi corazón y sé que es el fin.
Cierro los ojos.

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