jueves, 1 de diciembre de 2011

Raquel González

La puerta de la habitación se abrió y alguien entró dando un portazo que resonó en toda la estancia. Busqué a mi alrededor, pero no veía nada, estaba demasiado oscuro. Entonces, sentí una mano que me sujetaba y me aprisionó contra la pared.
 Hola, Jane susurró junto a mí oído. 
No le había visto acercarse, estaba tan cerca que sentí su aliento contra la piel de mi cuello. 
¿Te conozco? dije, y la voz me tembló.
Claro, somos amigos –contestó acercándose aún más a mí. 
Pude distinguir sus ojos de un increíble azul que me observaban con diversión, pero por alguna razón eran fríos.
En ese instante, levantó la mano derecha hacia mi cuello, pude ver el enorme anillo dorado que llevaba en ella y apretó sus dedos sobre mí garganta. Mientras el aire abandonaba mis pulmones me besó, dulcemente al principio y con rabia al final. 

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